Jaulagrande
«El general Fresno maneja con la vista en el parabrisas. Hace unos días se enteró de que su destino sería Jaulagrande y desde ese entonces habla en voz baja, gesticula, no se lo puede oír. A Peggy le pasó lo contrario, habla en voz alta, consigo misma. Boris la escucha repetir Jaulagrande, Ofrenda, Caja. Pero su madre nunca da explicaciones. Sin embargo el chico supone que es algo a lo que hay que temer porque cuando ella dice esas palabras, su tono de voz decae y se queda mirando el piso como si le hubiera venido una imagen que no le gusta, una idea despreciable».
En un mundo regido por jerarquías militares y paisajes devastados, Jaulagrande es la base a la que llegan los desechados, los que han fallado, los que ya no encajan. Allí sobreviven Fresno, Peggy y Boris: una familia que, entre gases tóxicos, gansos mutantes y comida racionada, intenta encontrar algo parecido a la redención.
Guadalupe Faraj propone una escritura decidida. Con valerosa frugalidad de recursos, sorprende por su maestría en la composición de un pasmoso mundo distópico. Capítulos breves y contundentes, tres personajes retratados con una psicología de precisión quirúrgica y una prosa rotunda, también poética, son los materiales de un edificio narrativo imponente, angustiante y brutal.
Inquietante, delicada y feroz: así es la escritura de Faraj, que hurga en los escombros de lo humano para preguntarse por el deseo, la memoria y la esperanza; por momentos, recuerda a la mejor ficción de Carson McCullers, a Martin Amis y a Margaret Atwood, sin embargo, su fuerza escritural resuena con las pesadillas de nuestra región. Jaulagrande es una novela latinoamericana.
Quizás solo sea necesario decir que se trata de una advertencia sobre el poder, una elegía del cuerpo, una fábula desesperada sobre lo que queda por salvar.
Galardonada por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 2020.
—Cristian Cristino