Formando ciudadanías críticas e inclusivas
Dentro de las múltiples dimensiones que intervienen en la forma-
ción inicial docente, una de las que ha adquirido más relevancia en
los últimos años es la formación práctica, debido a su importancia
en la construcción de la identidad profesional. Por ello, desde la
política pública se ha enfatizado en la necesidad de garantizar una
participación temprana de los futuros docentes en las instituciones
educativas, con el objetivo de enfrentar de manera efectiva los desa-
fíos y complejidades propios de la labor educativa.
En ese contexto, la formación docente requiere potenciar la co-
nexión de dos espacios formativos: la universidad y la escuela. Estos
deben operar de manera coordinada y bidireccional para asegurar
que la formación reflexiva, situada y colaborativa se desarrolle de
manera efectiva. La relación bidireccional entre ambos espacios
implica trabajar integrando las expectativas, recursos y necesidades
específicas de cada espacio, facilitando la definición de objetivos co-
munes y la articulación de experiencias para favorecer el aprendiza-
je tanto del profesorado en formación, como del profesorado que
acompaña los procesos formativos desde la escuela, con el objetivo
de promover la mejora continua de los procesos educativos y, por
tanto, el aprendizaje del estudiantado escolar.